martes, 9 de julio de 2013

TORPEZA

Anoche se tapó los ojos, aceleró y se precipitó al vacío,
desoyó  la voz de sus lamentos pasados
y creyó que si aterrizaba de nuevo en su pecho
podría sanar las heridas de sus carencias.
Se abalanzó sobre su piel expectante, en llamas,
pero  él respondió con dos halagos, alguna caricia
y un deseo vago y  lleno de incógnitas.
Hoy no deja de pensar que está haciendo algo mal
que es ella la que pierde los papeles,
la que vuelve a equivocarse de persona.
Quiere extirpárselo, acabar con esto, maldecirle,
dejar de sobresaltarse cuando suena el teléfono,
de resignarse a la decepción cada vez que no es él.
Él, que apenas había pasado de mera anécdota,
que sólo era alguien con quien quemar alguna noche,
pero que dejaba tras de sí una estela que ahora la
atraviesa, que la desangra con saña, que la consume.
Siente en las tripas la embestida de un miedo viejo
la hiel de unos celos absurdos, el mal de la indiferencia.
Se sabe equivocada, se tortura repasando sus errores,
pero no puede evitar que él le importe más a ella,
de lo que ella le importará jamás a él.
Y así está otra vez, sentada en su cama, insomne,
tarada, resentida, culpable, agria,  torpe, torpe, torpe…