Su
respiración era blanda y confortable,
parecía tener pulmones de algodón tibio
y su
aliento tenue resultaba conmovedor.
Él dormía de
costado un sueño envidiable,
sus facciones
se deslizaban con desmayo
por los
pómulos altos, la frente, el mentón
y su boca
dibujaba el atisbo de una sonrisa.
Ella le miraba y cerraba los ojos con codicia
para retener su imagen hasta volver a abrirlos
y que ésta la llevara de la mano al amanecer.
Pero
entonces cayó de entre los labios de él
un sonidito
apenas articulado, apenas audible,
aunque lo
suficiente para que ella reconociera
el nombre
de una mujer, uno que no era el suyo.