viernes, 13 de marzo de 2015

SENTENCIA

Al principio era un pliegue cabalgando aturdido sobre las olas,
un cuadradito de plata que apenas se avistaba desde la costa.
Avanzaba hacia la orilla girando veloz sobre sus aristas afiladas
que de a poco se desplegaron en partes nítidas y geométricas
y resplandecían untadas de una lustrosa capa de agua marina,
expuestas al sol, al cielo, a la vista de todo el que quisiera mirar.
El compás de su danza delirante aminoró al acercarse a la playa,
mientras los filos de su silueta comenzaban a perder ferocidad,
se torneaban y se hacían dóciles bajo la luz de aquel día claro.
Así parecía de mercurio, de cristal, de espejo convexo  imposible
y sus recién estrenadas curvas  recordaban a las de una ondina,
a una náyade acuática de cola metálica y torso de piel de mujer.
Salvó los últimos metros  nadando y quedó varada en la arena,
como una joya traída desde la tumba  honda de un naufragio,
escupida por las corrientes muy lejos de allí donde pertenecía, 
hermosa y vulnerable, desterrada  por y para siempre del mar. 

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